La fórmula mágica para hacer feliz a un niño es sencilla: juntarle con otros niños, plantearles juegos donde ellos y sus habilidades sean los protagonistas y hacerles sentir especiales con cada palabra o gesto que les brindamos. Ayer, en la fiesta de la catequesis, vi a muchos niños felices, disfrutando de juegos tradicionales (cuya saludable capacidad de entretener está mas que contrastada desde hace siglos) y arropados por un equipo de catequistas y sacerdotes que no dejaron de sonreír en toda la tarde mientras trataban de hacerles pasar un rato inolvidable.
Me parece admirable, y en los tiempos que corren algo poco común, que un grupo de personas decidan hacerse cargo de la iniciación religiosa de los niños y adolescentes de su comunidad sin pretensiones económicas y sin más interés que seguir la impronta de su fe. Mas sorprendente es que lo hagan de buena gana, sin el más mínimo atisbo en sus caras y en sus gestos de impostura o peor aún, desgana. Lo estaban pasando mejor si cabe que los niños y su alegría era contagiosa.

Lo único que permanece inalterable es la cruz en relieve de 1712, empotrada en la fachada oeste de San Juan Bautista, que contempla año tras año como los niños y niñas de Consuegra inundan su plaza de alegría por una tarde.
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