Fray Benito de los Infantes, Prior de los Franciscanos de Consuegra. La Ilustración Española y Americana. Col. Ángeles Anaya |
La vida sobre
la Tierra y posteriormente la civilización brotaron del agua. Los grupos humanos, desde los albores de la humanidad, han
buscado el amparo de los ríos para asentarse y prosperar. El Amarguillo proporcionó a los primeros
pobladores de estas tierras (siglo VI a.c.) agua potable, pesca e irrigación de
sus cosechas y pastos. Hasta la llegada de la tecnología romana, tuvo que ser
duro acarrear agua diariamente para satisfacer las necesidades básicas y por
eso nuestros ancestros procuraron siempre vivir cerca de él. El agua ha sido la principal causa de la civilización y su necesidad de control, la
consecuencia. En Consuegra,
el 11 de septiembre de 1891, el caos,
la destrucción y la desolación también manaron de ella.
Río Amarguillo con agua a su paso por Consuegra. Foto de José Manuel Perulero (Oficina de Turismo de Consuegra) |
El torrencial
río Amarguillo, afluente del Cigüela,
se caracteriza por unas fuertes variaciones estacionales de caudal, casi seco durante gran parte del
tiempo y con crecidas violentas y destructoras en ciertos momentos. Es un río extremo
e imprevisible como lo es también la zona árida por donde discurre, la Mancha,
por lo que desde época romana existió una necesidad de dominarlo. Con el paso
de los siglos, esa precaución se fue relajando y poco a poco, cada vez más, las
viviendas se iban acercando peligrosamente a su cauce.
Esa misma
inquietud asaltaba a Fray Benito de los
Infantes desde su llegada a
Consuegra en 1889, tras pasar once años en la Misión Filipina. Hombre de gran estatura, era natural de la
vecina localidad de Madridejos. Doctor
en Teología, era extremadamente culto, tolerante, de conversación amena y trato
agradable.
Al poco
tiempo de llegar, y a la luz de sus méritos y cualidades, fue elegido Rector y Prior de la Comunidad de Franciscanos de la Provincia de San Gregorio Magno de
Filipinas, asentada en Consuegra,
que contaba con más de medio centenar de miembros. El 2 de julio del mismo año que
ocurrió la tragedia había cumplido cincuenta años. Hombre reflexivo y previsor,
sabía que el Amarguillo siempre alertó del peligro de sus aguas. Existía
constancia de desbordamientos del caudal acontecidos en el siglo XVI. Posteriormente,
en 1702, una inundación dejó la iglesia de San Juan Bautista en ruinas, e
incluso había noticias de otras inundaciones que tuvieron lugar en la Consabura
romana. -“Hace falta reconstruir
Consuegra lejos del río, en un punto distinto del que hasta ahora ocupa”, -pensaba
mientras paseaba con paso enérgico y decidido por las casas que se apiñaban en
el escaso cauce del Amarguillo,
medio obstruido.
A las ocho
de la mañana del 11 de septiembre de 1891 los temores de fray Benito se cofirmaban. Un fuerte temporal
se cernía sobre la comarca y varios vecinos avisaban que el agua había entrado
en sus viviendas. Con gran resolución, a las nueve de la mañana fue a ver al alcalde, que dispuso de varias
galeras para recoger a los que estaban faenando en los campos. Avisó a los que vivían en las inmediaciones
del río y les instó a que se trasladaran a zonas más elevadas de la localidad,
pero pocos hicieron caso de esta advertencia. A las doce del mediodía el temporal amainó ligeramente y muchos prefirieron
quedarse en sus casas y tener controladas sus pertenencias. –“Insensatos”,-
debió pensar Fray Benito, convencido como estaba de que los vecinos debían
abandonar el pueblo.
Por la tarde la situación empeoró. Desde Urda
llegaban noticias de que el Amarguillo tenía una crecida considerable y la enorme cantidad de agua, maleza, árboles
y aperos acumulados había reventado la presa romana. Con gran celeridad, reunió a su congregación y les
arengó a hacer gala de su vocación misionera, humanitaria y asistencial,
poniendo en práctica los principios de su fundador. Consuegra les necesitaba.
Bajo la dirección de un ingeniero, los frailes construyeron una balsa y la
sacaron del convento. A las nueve de la
noche, las aguas y todo lo que flotaba en ellas se estancaron en el primer
puente romano, el entonces conocido como de “Los Gallegos”. Se formó una
barrera que desbordó el agua a ambos lados del cauce del Amarguillo. A las nueve y cuarto las aguas tenían una
elevación de ocho metros sobre el
nivel del río. Les costaba abrir las puertas del convento y la corriente les
impedía avanzar. Ante la amenaza que se cernía sobre sus hermanos, el Prior
instó a los religiosos a refugiarse en una casa alta próxima al castillo. Desde
allí se oían los ecos de los lamentos de los consaburenses que pedían auxilio y
misericordia. Fray Benito no quiso abandonar el convento. – “Aquí me salvaré o pereceré”, afirmó.
A media noche Consuegra parecía sufrir
los horrores de un bombardeo. Las casas se hundían con tremendo estrépito, los
lamentos no cesaban y aún no había dejado de llover, pero el Prior continuaba
con sus labores de salvamento. En esas interminables horas de desesperación y
caos, hubo un grupo de personas, los padres franciscanos, que renunciaron a
tratar de salvar sus propias vidas con valor y abnegación para socorrer a sus
paisanos y tratar de poner a salvo al mayor número de vecinos posible.
A las cuatro de la madrugada, las aguas
comenzaron a retroceder para dar paso a un entorno de cieno y ruinas.
Al amanecer, Fray Benito de los Infantes
contempló desde el convento una Consuegra devastada.- “Ahora comienza nuestra verdadera tarea”. Sin pensarlo dos veces, dividió
a sus frailes en grupos de entre dos a cinco miembros, para recorrer las calles
más castigadas y allí, remangados sus hábitos, con el lodo hasta las rodillas, revolvían
los escombros para rescatar heridos, cadáveres y pertenencias de valor que aún
se podían aprovechar entre los escombros. A todos ellos daba ejemplo el P. Prior, animándoles con sus
exhortaciones, socorriendo a los heridos y auxiliando piadosamente a los
moribundos. Así un día tras otro.
A lo largo
de ese duro invierno, cuando los periodistas, autoridades y demás
personalidades hacía tiempo que ya habían abandonado Consuegra, el padre prior, con gran acierto, incrementó
la distribución de “la sopa” para que, al menos, las personas más necesitadas,
comieran un plato caliente al día.
Tuvo que ser
el 11 de septiembre de 1891, dejando la riada tras de sí una localidad
asolada, 360 víctimas mortales y decenas de casa arruinadas, cuando los
vecinos de Consuegra escarmentaran y se replanteara todo el margen del
Amarguillo y las calles adyacentes, llegando algunas a desaparecer. Una nueva y
enjalbegada Consuegra renacía de sus cenizas de fango y escombros.
Los
verdaderos héroes de esta catástrofe fueron el más de medio centenar de frailes
Franciscanos, con su prior a la cabeza, Fray Benito de los Infantes, por su incansable
labor sorda y desinteresada. Consuegra le estará eternamente agradecida.
Ángeles Anaya García- Tapetado
Cuadernos de Historia y Cultura Popular
Ayto. Madridejos
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