Imágenes de la Capilla de la Iglesia de los Padres Franciscanos de Consuegra |
El suceso que os vamos a contar hoy, ávidos seguidores de la historia de Consuegra, tiene que ver con la Orden de San Juan, con frías losas de piedra arropadas por un hospital, con un convento que cambió de sitio, con un monte que guardaba un tesoro y con un hombre poderoso cuya vida no valió mas que 44.000 reales.
Empezaremos nuestra historia desgranando una a una las claves aportadas anteriormente.
Durante siglos, ha existido en Consuegra un convento que acostumbraba a cambiar de sitio por causas diversas. Nos referimos al convento de la comunidad franciscana de Consuegra, que se instaló en esta villa por primera vez en la segunda mitad del siglo XVI, siendo Gran Prior Don Fernando Álvarez de Toledo. En esta fecha se inauguró el primitivo monasterio en el camino de Urda, del que actualmente no quedan restos. Este primitivo convento se decidió abandonar por ser poco saludable. Los frailes sucumbían inexplicablemente a la enfermedad y la muerte y achacaron a la ubicación del convento, cercana al río Amarguillo, esta circunstancia. Es curioso que en la antigüedad se pensaba que la enfermedad se transmitía por el mal olor y posiblemente evitando los olores del río buscaron un entorno con un aire más fresco. Así permanecieron un tiempo dentro de las murallas de la ciudad, en una vivienda donada por un vecino ubicada cerca de la ermita del Santo Cristo de la Vera Cruz, hasta que se terminó la construcción de un nuevo convento al final de la calle Santas Justa y Rufina. De aquella época son las curiosas crónicas demoníacas de fray Jorge de la Calzada, siempre aderezadas de tormentas y tempestades que han formado parte de la tragedia consaburense desde la noche de los tiempos. Pero esa píldora la dejaremos para otro post.
Finalmente, en 1579, se inaugura el Monasterio de San Pedro de la Vega, al que con el tiempo se le adosó la fábrica de sayales, que permaneció en dicho emplazamiento más allá de la ocupación del convento. De lo poco que queda del monasterio de San Pedro de la Vega, cabe destacar esta lápida de 1665, que se puede ver en un descanso de la escalera que da acceso al museo municipal. Sin duda necesita que se la reubique en un lugar más acorde con su valor y mejorar notablemente su estado de conservación.
En 1723, de nuevo, se inauguró otro nuevo convento franciscano, el cual también cambió su anterior nombre por el de Convento de San Antonio de Padua, donde actualmente se encuentra la iglesia de Santa María La Mayor. En el siglo XVIII se describe este convento como uno de los mejores de la provincia franciscana. Pese a todo, en el próspero Convento de San Antonio de Padua, los padres franciscanos padecieron la devastación de las tropas napoleónicas al entrar en nuestra localidad y allí dieron consuelo a los enfermos y extrema unción a los cadáveres que se amontonaban en las calles tras esa trágica madrugada.
Lápida de 1665 del Monasterio Franciscano de San Pedro de la Vega |
En 1723, de nuevo, se inauguró otro nuevo convento franciscano, el cual también cambió su anterior nombre por el de Convento de San Antonio de Padua, donde actualmente se encuentra la iglesia de Santa María La Mayor. En el siglo XVIII se describe este convento como uno de los mejores de la provincia franciscana. Pese a todo, en el próspero Convento de San Antonio de Padua, los padres franciscanos padecieron la devastación de las tropas napoleónicas al entrar en nuestra localidad y allí dieron consuelo a los enfermos y extrema unción a los cadáveres que se amontonaban en las calles tras esa trágica madrugada.
En 1694, los franciscanos consaburenses comenzaron a redactar unas memorias. Ese valioso documento digitalizado, llamado Protocolo Franciscano, fue generosamente cedido al Círculo Histórico Cultural Consaburense por el Archivero del convento de San Juan de los Reyes, nuestro querido y recordado padre Antolín Abad, gracias a la labor investigadora de Elías Anaya Verbo. En este protocolo se describían aspectos administrativos y del día a día de la comunidad franciscana, saltándose esta costumbre en contadas ocasiones. Una de ellas fue en 1809 y lo hicieron para describir con todo lujo de detalles la entrada de las tropas napoleónicas en Consuegra, con todos los desmanes y destrozos que ocasionaron. Otro acontecimiento que tuvo que llamarles poderosamente la atención como para reflejarlo en su protocolo ocurrió en una gélida mañana de enero del año 1825, para describir un suceso trágico e inesperado que les llenó de consternación.
Esta comunidad religiosa ocupó el convento de San Antonio hasta el expolio que supuso la desamortización de Mendizábal, en 1837. En esta fecha y debido a una nueva legislación, las órdenes religiosas perdieron sus bienes y los padres franciscanos se vieron afectados por esta situación. Pero en 1868, gracias a la intervención del Ayuntamiento de Consuegra, que poseía el antiguo convento abandonado por las monjas Bernardas Recoletas, el noviciado de la Misión Franciscana de Filipinas pudo mudarse a un nuevo y definitivo lugar cedido por el consistorio, en la conocida por aquel entonces como Calle de las Monjas y actualmente como Calle de los Frailes o Calle de Fray Fortunato.
Vista de la fachada principal del convento franciscano de 1972. Imagen Jaime García Condado |
El primitivo convento de las monjas Bernardas databa de 1611 y las religiosas estaban sometida a la jurisdicción del gran prior. Es por ello que las reverendas colaboraban con el Hospital de la Vera Cruz de la Orden de San Juan, reubicado en 1809 del edificio original situado en la calle del Hospital tras su devastación por las trapas napoleónicas. Dicho convento también contaba con una iglesia cuya advocación no podía ser más sanjuanista y más consaburense: la Vera Cruz.
Interior del patio de la Casa Prioral de los Freires de Santa María del Monte. Imagen 1972 Jaime García Condado |
Convento Sta María del Monte. Grabado de Domingo Aguirre 1769 |
Escudo de armas de Gonzalo de Quiroga. Patio casa de la Tercia |
El convento contaba con propiedades propias y separadas de las del Gran Prior que vivía en el Palacio de los Grandes Priores de Consuegra. Los freires acudían a la villa de Consuegra a oír misa a la capilla del hospital y se hospedaban en una Casa Solariega que poseían en a calle de los Frailes, conocida como la Casa del Prior de Santa María del Monte. El prior- párroco de este convento era elegido en capítulo por los otros freires y por el Gran Prior de Consuegra. En 1787, según Jiménez de Gregorio, este convento contaba con 92 conventuales (los conventos de monjas y de franciscanos contaban con alrededor de 20 conventuales cada uno aproximadamente), en una villa que contaba con 25 hidalgos y en las que dos tercios de la población activa eran jornaleros, pastores, labradores o artesanos, de una población total aproximada de 6000 habitantes. La Orden era poderosa y dirigía los destinos de los vecinos de Consuegra.
Detalle de la Cruz Tau de San Francisco de Asís
Convento de Consuegra
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En los primeros días del año de nuestro Señor de 1825, siendo padre guardián Fray Cristóbal de Miguelturra, el Protocolo Franciscano del Convento de Consuegra se hizo eco de una noticia que conmocionó a los vecinos de la villa de Consuegra.
Mientras los consaburenses engalanaban sus humildes casas y llenaban sus despensas preparándose para la nochevieja o víspera de fin de año, la orden de San Juan, que llevaba dirigiendo desde el Castillo de Consuegra una vasta comarca durante más de 600 años, iba a recibir un duro golpe.
Las frías losas de piedra del patio del hospital de la Casa del Prior, situado en la calle de los Frailes, amanecieron la mañana del 31 de diciembre de 1824 cubiertas por el cuerpo sin vida del Prior-párroco del convento de Santa María del Monte , Fray Juan Vicente Gallego, natural de Ossa de Montiel.
Todo apuntaba a que había sido asesinado alrededor de las 12 y media de la noche del día anterior.
Su cuerpo fue hallado por uno de sus criados. Rápidamente se percataron de que también habían desaparecido 44000 reales de plata. A la luz de los hechos, el motivo del homicidio parecía obvio: el robo del dinero. Tan solo quedaba localizar vecinos, criados o allegados del prior que hubiesen tenido oportunidad de cometer los hechos, con la intención de hallar al culpable.
Con apenas veinticuatro horas transcurridas, la mañana del 1 de enero de 1825 fue capturado el presunto homicida, criado también de la casa, Casimiro, natural y vecino de esta villa. A las pocas horas de su entrada en prisión confesó ser el autor del asesinato de tan importante dignatario. Declaró que lo había matado con la intención de robarle y posteriormente bajó su cuerpo al patio, donde lo abandonó. Confesó también que una gran parte del dinero robado, 44000 reales de plata, había sido escondido enterrándolo en diversos lugares de este pueblo. Unos meses más tarde, en julio del mismo año, encontrándose Casimiro aún en prisión, logró escapar de la cárcel, pero con poca fortuna, pues fue cogido por los realistas en el monte La Guillema, de Consuegra.
Mientras Casimiro se hallaba en prisión, Don Alfonso Gallego, presbitero de la orden de San Juan y hermano del prior difunto, no omitió diligencia alguna para que se castigase duramente el homicidio. En aquella época la sentencia habitual para un culpable de homicidio era la muerte por garrote. Pero Alfonso Gallego se marchó a la Audiencia de Granada, donde permaneció hasta que aquella sala dio la sentencia definitiva de pena de muerte por horca. La ejecución, a la que incluso asistieron representantes de la mencionada audiencia, tuvo lugar el cinco de noviembre de 1825. Como castigo ejemplar, la cabeza del sentenciado estuvo expuesta en el camino del oeste que va hacia Mora y la mano derecha, en el camino que va hacia Madridejos, a poca distancia de la fábrica de sayales de las calles Santas Justa y Rufina. Allí permanecieron los restos de reo hasta el mes de mayo de 1826, momento en el que se le dió sepultura eclesiástica.
Unos años antes, en 1820, se instaló en Consuegra la audiencia territorial y trajo consigo la ejecución de varias sentencias de muerte de ajusticiados procedentes de pueblos de la comarca en esta villa. Tiempos duros los de entonces, crueles e incívicos. La población consaburense en general y los padres franciscanos en particular condenaron duramente el asesinato del prior, pero sin duda debieron quedarse aturdidos por el castigo desproporcionado que sufrió el condenado. Castigo que en cierto modo ellos también recibieron al tener que contemplar con pavor los restos del condenado cada vez que tenían que atravesar dos de los caminos más transitados en aquella época. Especialmente por la noche. Llegamos al final de nuestra historia y seguramente os preguntaréis por el monte que guardaba un tesoro. La respuesta, estimados paisanos, ávidos seguidores de la historia de Consuegra, lo dejaremos para otro artículo.
Angeles Anaya García- Tapetado
Investigadora y divulgadora de la historia de Consuegra
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